XX, 31 años, Productor de radio
“Quizás sólo yo me había dado cuenta. Al principio Luciana seguía en lo suyo: dar aire, poner música, atender el teléfono y tomar líneas, las cosas diarias que hace una operadora de radio. En cambio yo, hacía las cosas tontas que siempre hago cuando alguien me gusta: ponerme colorado, transpirar, ser un poco irrespetuoso y mal educado con la mujer que me interesa.
Una radio no es el mejor lugar para encarar a una chica, hay mucha adrenalina, nervios y demasiada gente.
¡Lu, tomás la línea 1, por favor! ¡Lu, tirá un separador y poné a los oyentes! ¡Lu, termina el programa y vamos a tomar algo, así te confieso que desde que te ví entrar...!
Y por fin empezó el jugueteo, ese enredo de sonrisas y bromas que nos encanta a todos.
La temporada de caza empieza en marzo, termina con un beso o un cachetazo. Bien podría filmarse un documental de Nathional Geographic. La presa camina casi naturalmente, sabe que es observada por un predador y por eso contonea un poco el cuerpo, cambia de piel, se viste más linda: botas altas, una remerita más ajustada; le fascina ser presa, ser observada.
Y yo vengo a ser el cazador, tonto como Elmer, ese que nunca tiene éxito con Bugs Bunny o el Pato Lucas ¿Por qué nunca le dispara al conejo? Lo tiene enfrente, a menos de diez centímetros, pero siempre deja pasar la oportunidad. A lo mejor le gusta más la cacería que la presa.
Nuestro programa se emite solamente los sábados, así que esperaba el fin de semana desesperado. Llegué a pensar hasta en cómo vestirme para ir al trabajo, y terminaba siempre con mi chaleco de mil bolsillos, llenos de pastillas y chicles para convidarle, los pantalones de colores y ese gorro tonto de Elmer.
Con el pasar de las semanas me empezó a parecer que había lo que la gente llama onda. Llegamos a conocernos, a contarnos cosas privadas, hasta dramas familiares. Yo cada vez me iba ilusionando más, y creí que ella también. Teníamos ese lugar chiquito, casi íntimo, donde compartíamos momentos intensos.
Los mensajes de los oyentes, en Radio América por lo menos, se editan en una salita donde entran dos personas, quizás tres. Después de varios sábados ella me habló muy cerca, y la besé. Empezaron los mimos, el sexo desenfrenado y las palabras con sentimiento. El romance duró dos meses, hasta que un sábado, simplemente, se acabó. Ella no me dio explicaciones ni yo las pedí. Lu se empezó a preocupar más en tirar las tandas a horario, y dejó de ayudarme a cortar mensajes en nuestra piecita de edición.
Me contó el Facebook que Luciana está en una relación con no se quién, pero no soy yo. La tecnología es un arma de doble filo, como cuando Bugs Bunny le tapa con los dedos la escopeta al cazador, le sale el tiro por la culata y Elmer queda quemado. Ir a trabajar los sábados está siendo una tortura, y editar llamados de oyentes la peor tarea del mundo.
Tengo más desamores que amores. Me consuela pensar que le pasa a todo el mundo.”